Los padres utilizan todo tipo de tácticas para hacer que sus hijos quisquillosos consuman más calorías y esto, a veces, requiere (pequeñas) mentiras.
Hace poco, Emily Adrian, autora de Todo está bajo control y La segunda temporada, recurrió a Twitter para compartir una estrategia que funcionó de maravilla con su hijo de cuatro años.
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Después de que su hijo la “provocara�? varias veces al ponerse una hoja sucia dentro de la boca, Adrian decidió aprovechar esta travesura para ofrecerle a cambio “hojas especiales para comer�? y así fue como logró hacer que su hijo se comiera un cuenco repleto de ensalada.
Tanto padres como madres demostraron su aprecio por su rapidez mental y, a medida que el tuit se volvía viral, también quisieron revelar algunos de los engaños que utilizan con sus pequeños.
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Muchos niños no comen brócoli, pero una investigación ha demostrado que solo puede considerarse que un 20% de ellos son “quisquillosos” con la comida. Y, a la mayoría, se les pasa a medida que van creciendo.
Las investigaciones también sugieren que ser quisquilloso puede llegar a ser un signo de hipersensibilidad que, en ocasiones, puede causar ansiedad social y depresión.
Nancy Zucker, directora del Centro de Trastornos Alimenticios de la Universidad de Duke, y sus colegas publicaron un estudio en 2020 analizando a niños quisquillosos con la comida de entre dos y seis años. Alrededor del 3% de aquellos niños que tenían dietas extremadamente limitadas corrían un mayor riesgo de padecer problemas de salud mental.
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“Tenían el doble de probabilidades de ser diagnosticados con trastorno depresivo y siete veces más de que se les diagnosticara ansiedad social”, le comentó Zucker a NPR. Según ella, aquellos padres que están criando a un niño extremadamente quisquilloso con la comida deben ser conscientes de que esto podría ser señal de un problema mucho más grave.
Pero la mayoría de estos “quisquillosos” no lo son al extremo. No obstante, Zucker dice que vale la pena tratar de entender qué les sucede.
“Son mucho más sensibles al sabor, el olor, la textura y a ciertas señales visuales como, por ejemplo, la luz”.
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Una vez más, en una situación en la que el niño tiene un paladar bastante limitado, Zucker recomienda a los padres que estén alertas pero que aun así no entren en pánico.
“Suelo pensar en estos niños como pequeños muy sensibles… Son muy sensibles tanto al mundo externo como a su mundo interno. Tienen, potencialmente, una experiencia de vida más rica y más vívida, lo cual no es patológico, pero podría tornarse una debilidad si cruza el umbral donde comienza a perjudicarlos”.
Para leer más confesiones similares, pueden leer nuestro artículo sobre padres intentando dar de comer a sus hijos.
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